Por Elena Litvinenko
Según la versión oficial La Fuente, un vulgar urinario, fue presentado al público en la Sociedad de Artistas Independientes en 1917 por Marcel Duchamp. A pesar de que las bases de la exposición establecían que todas las obras serían aceptadas, ésta fue rechazada y rápidamente retirada. La pieza fue fotografiada por el galerista Alfred Stieglitz y después de esto desapareció. En la década de los 1960 se realizaron varias réplicas por encargo de Duchamp, de las cuales quince están ahora exhibiéndose en diferentes museos.
La obra es considerada como uno de los más grandes hitos en el arte del siglo XX. Con este primer readymade cualquier objeto cotidiano sacado de su contexto habitual se declaraba como una obra de arte.
El origen de La Fuente sigue siendo un auténtico misterio. Y aunque Marcel Duchamp no había afirmado haber sido el autor de La Fuente e incluso escribió a su hermana en 1917: “Una de mis amigas, bajo el seudónimo masculino de Richard Mutt, mandó un urinario de porcelana como escultura”, la historia le atribuyó la autoría de la pieza. Nadie cuestionó quién se escondía detrás del seudónimo. Investigaciones posteriores siguieron la pista de R. Mutt para concluir que se trataba de Elsa Von Freytag-Loringhoven, la Baronesa Dadá, una artista adelantada a su época y rescatada del olvido recientemente.
Su corta vida en todas sus etapas (primero Elsa Plötz, luego Elsa Endell, después Elsa Greve y finalmente Elsa von Freytag-Loringhoven, según los apellidos que cambió desde su nacimiento hasta su tercer y último matrimonio) había sido cualquier cosa menos tranquila. Desafió a su época, cruzó los límites, hizo de su cuerpo una obra de arte andante y provocadora. Fue modelo, poeta, artista visual, diseñadora, performer, adelantándose a esta manifestación del arte contemporáneo por más de medio siglo.
Else Hildegard Plötz nació en 1874 en la ciudad alemana de Swinemünde. Tras la muerte de su madre quien dijo en una ocasión “He malcriado a Elsa a propósito, para que siempre sepa a qué tiene derecho”, escapó de su casa y de un padre que la aterrorizaba.
Su primera parada fue Berlín, donde trabajó como estatua viviente en un cabaret y posó como modelo para varios artistas. Allá conoció a August Endell, diseñador y arquitecto, quien se convirtió en su primer esposo. Unos años más tarde, Elsa se casó con un amigo de este, escritor Felix Paul Greve. La pareja se mudó a los Estados Unidos y se estableció en una pequeña granja. Luego de separarse, Elsa trabajó como modelo para pintores en Cincinnati, Filadelfia y finalmente en Nueva York, donde conoció a Leopold von Freytag Loringhoven, un aristócrata alemán empobrecido quien poco tiempo después de la boda se embarcó hacia Europa para luchar en la Primera Guerra Mundial y terminó quitándose la vida. A Elsa no le quedó nada salvo el título de baronesa.
Ya no quiso ser la musa de nadie. Empezó a ser conocida en círculos artísticos por sus poemas, sus performances y sus esculturas hechas con objetos y material desechado que ella recolectaba y coleccionaba. Se hizo amiga de muchos artistas, entre ellos de Marcel Duchamp y Man Ray, fascinados con su comportamiento salvaje y voracidad por la vida que la convertían en obra de arte en sí misma, pero que resultaban incómodos para la sociedad.
Aunque el dadaísmo había nacido del otro lado del Atlántico, Elsa se gana rápidamente el sobrenombre de “Baronesa Dadá” por su espíritu indomable y la audacia de sus acciones. El crítico y profesor de historia de arte francés Bernard Marcadé la describe así: “La Baronesa resulta una verdadera obra viviente y ambulante con los labios negros, los cabellos rapados y violetas, verduras doradas a modo de sombrero, estampillas pegadas en su rostro, una jaula (con un canario adentro) colgada del cuello, soldaditos de plomo enganchados en su camisa”.
Fue detenida en varias ocasiones por la policía por exhibición indecente. Podía caminar desnuda por las calles con dos latas de tomate vacías cubriéndole los senos y cucharitas de café como aretes o irrumpía en los salones burgueses para quedarse desnuda en el momento menos esperado. En otra ocasión provocó uno de sus mayores escándalos participando en la filmación estereoscópica del rasurado de su pubis. Elsa fue una mujer transgresora en todos los sentidos, que usó su cuerpo como instrumento artístico y su sexualidad como arma revolucionaria.
Pero su vida no se limitó a ser un personaje excéntrico. Sin lugar a duda podemos atribuirle el mérito de ser pionera del ready-made, el object trouve, el arte povera, el body art y la performance. “La baronesa no es futurista: es el futuro”, había advertido su amigo Duchamp.
En 1923 volvió a Berlín para encontrarse con una ciudad devastada después de la Primera Guerra Mundial. Sin dinero y al borde de la locura sobrevivió gracias a la ayuda económica y emocional de sus amigas. Intentó viajar a París, pero le negaron la visa en varias ocasiones, hasta que se presentó en la oficina de extranjeros con un pastel como sombrero y lo logró.
La Baronesa tenía 53 años y ya nadie recordaba su título ni sus logros, estaba derrotada por la soledad y el olvido. El 14 diciembre de 1927 abrió la llave del gas, abrazó a su perro y se marchó sin cartas ni despedidas.
Fue la reina fugaz y sin credenciales de una vanguardia que rápidamente la sacó de la escena y terminó metiéndola en un rincón de la historia del arte.